Posted by : El día del Espectador julio 03, 2013


HIMAR R. AFONSO



ATENCIÓN: CONTIENE AMPLIO SPOILER
La gente de la calle, la gente “normal”, ha configurado un imaginario común en torno a los políticos y, en general, al mundo de la política; este imaginario, esta fábula con bastantes dosis de realidad, se ha tratado de construir en House of Cards, el remake de Fincher y Willimon de la serie británica de los noventa, de Paul Seed.

La presencia de un director, digamos, top -en lo que se refiere a una realización óptima en términos de espacio (escenarios) y tiempo (ritmo)-, como responsable del aspecto formal de la serie, así como su continuación por parte de otros directores respetados como Joel Schumacher (Un día de furia, Última llamada), James Foley (Glengarry Glen Ross) o Allen Coulter (Recuérdame), los dos últimos con una brillante trayectoria en TV (más amplia la de Coulter), garantiza una cierta estandarización o realización convencional que permita amoldar una serie de tramas que circularán entre los personajes a lo largo de la ficción. Esta solidez formal permite darle protagonismo al “juego del poder”, a los distintos involucrados (políticos, empresas privadas, periodistas y civiles) y, por supuesto, al que conforma el verdadero cimiento de la serie: el congresista Frank Underwood (un desafiante Kevin Spacey).

En efecto, el protagonista de la serie representa todos los tópicos del político implacable y ambicioso pero con una sobrecogedora falta de escrúpulos y, lo más interesante, sin atisbo alguno de hipocresía. Para construir este fuerte personaje y todo lo que representa, la serie propone una dinámica de interacción directa con el espectador, planteada desde su presentación mirando a cámara y diciendo “No tengo paciencia para las cosas inútiles” mientras ahoga a un perro herido sin posibilidades de vivir. Así, pese a que la serie tiene diversos focos de atención, iremos siguiendo las “jugadas” de Underwood a la par que él mismo nos comenta de vez en cuando los sucesos o las distintas situaciones que se dan.

Por supuesto, Underwood es hipócrita en la serie. Donde se “desnuda” sin miedo a ser juzgado y sin remordimiento alguno es en ese espacio que tiene con el público. A título personal, siempre me ha detestado que un personaje “me hable”, es algo que me saca de la historia, me recuerda que eso que veo es ficción. Pero hay que reconocer que, a medida que avanza la serie (y con una progresiva reducción de esta interacción con el protagonista), vemos que es un recurso que funciona, encaja en el planteamiento y apoya el discurso que se quiere dar.

El hecho de que Underwood mire a cámara y comente situaciones, genera una distancia entre el espectador y sus personajes necesaria para “seguirles”, para preocuparse por los obstáculos que tienen, ya que son seres corruptos, interesados y totalmente ajenos al mundo real, a la calle. Así, la serie se desarrolla en el tablero de los políticos como peones y los ciudadanos como meros espectadores de una guerra sombría y manipuladora. Realmente sería una ficción bastante fría y desagradable de no ser por otro elemento importante como el de la interacción: el histrionismo en las interpretaciones. No es una exageración evidente, pero sí que se configura los personajes mediante estereotipos muy marcados y exaltando sus rasgos identitarios. House of Cards muestra a los políticos que nunca vemos pero que todos sabemos que existen.

¿Por qué esto es positivo? Al igual que las miradas cómplices de Spacey cuando ocurre lo que nos ha dicho que ocurriría, esta sutil caricaturización de los personajes los hace más asequibles, menos despreciables en ocasiones (solo en ocasiones) y es fácil concederles ciertas licencias porque, francamente, te caen bien. La relación de “tira y afloja” que mantiene Underwood con el resto es semejante a la que lleva el espectador con los personajes gracias a la complejidad de algunos de los más importantes: Claire, la mujer de Underwood (Robin Wright), con sus pequeños conflictos morales (ir a correr al cementerio o no, darle dinero a un pobre para que se compre ropa, darse cuenta de que, de repente, querría tener hijos, despedir a media plantilla de su empresa, su amante pasajero...) que van surgiéndole capítulo tras capítulo como pequeñas píldoras, y que se concentrarán en el final con la demanda de una ex-empleada idealista que pretende denunciar la inmoralidad de los mecanismos de su empresa; Zoe Barnes, la joven periodista que consigue grandes titulares siendo el juguete sexual de Underwood, y cómo el tiempo le hace plantearse la moralidad de vender su cuerpo, volviéndose implacable en la búsqueda de respuestas ante una posible conspiración; o Peter Russo, alcohólico que esconde un espíritu y un talento grandísimos que le harán postularse a gobernador, para lo cual tendrá que hacer frente a sus problemas y afrontar públicamente los episodios oscuros de su pasado. La figura de Russo como objeto de crítica por su deplorable conducta, el juicio social que se le hace, responde a la hipocresía generalizada de políticos y ciudadanos -bajo la sombra de Underwood, que representa la verdadera y orgullosa cara de la ambición-, y su muerte apoya parte del discurso que separa totalmente el universo político del civil: alguien como Russo, que busca la honradez, no puede sobrevivir en la carrera por el poder.


Todo alcanza una posición de doble moralidad realmente violenta, el juego de Underwood y sus terribles acciones, la fama de Barnes o los métodos de Spinella. Todo en esta serie es hipocresía y mentira dentro de una exposición de los personajes rabiosamente sincera. A pesar de cierta irregularidad narrativa y de unos giros finales demasiado excitantes para una serie que pedía un tono más calmado, House of Cards es realmente interesante y novedosa, sin miedo a construir un marco “idealizado” de lo que la sociedad parece tener claro que es la política, involucrando a sus personajes con elementos de la cultura a todos los niveles... imposible olvidar la escena de la iglesia en el último episodio, donde Underwood “habla” al difunto Peter Russo e incluso a Dios, tal y como hablaría a un contrincante... aquí alcanza la representación total del político encerrado en su universo, en la equiparación con una entidad trascendental.

{ 2 comentarios... read them below or Comment }

  1. ¿Habéis comenzado a ver la segunda temporada? La verdad es que he visto los tres primeros episodios y pinta muy, muy bien, incluso mejor que la primera :) Aquí os dejo mi valoración de la serie ;)

    http://seriesanatomy.blogspot.com.es/2014/02/el-castillo-de-naipes.html

    Saludos!

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    Respuestas
    1. Hemos visto solo el primer capítulo y es bestial. Cuando la acabemos la volveremos analizar. Buen artículo el tuyo. Felicidades por el blog. Saludos

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