Posted by : El día del Espectador noviembre 12, 2012

                                                                                                                                   HIMAR R. AFONSO

La adaptación a televisión de un género capital como el western comenzó temprano, en 1955, con La ley del revólver (Gunsmoke), de la CBS, en cuyo primer episodio el mismísimo John Wayne recomendaba ver la serie (lo mejor que pudieron conseguir los ejecutivos de la cadena, quienes le querían de protagonista). En sí, el propio género ha servido de plataforma para representar a la sociedad y la perspectiva que se tenía de ese periodo de la Historia (la leyenda del Oeste con John Ford o Howard Hawks, el desencanto y la violencia con Sergio Leone o Sam Peckinpah...).

Pero en el cine contemporáneo parece estar pasado de moda un género que, por otro lado, ha sido más que explotado. Son esporádicas relecturas del género las que vemos en cine, sea los remakes Valor de ley (True Grit, 2010), de los hermanos Coen, o El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, 2007), de James Mangold, o Enfrentados (Seraphim Falls, 2006), de David Von Ancken, obras que unas veces pierden totalmente el sentido del western y otras, renuevan el concepto. Más allá de esto, poco le queda que explorar en cine, o eso parece.

Sin embargo, en televisión han sido diversos los trabajos hechos al respecto con la revolución de la televisión norteamericana. Cabe destacar el planteamiento que propone la mini-serie de TNT y Dreamworks Television, Into the West (2005), seis capítulos que tratan de contarnos la historia de Estados Unidos a través de una familia y generación (los Wheeler) comenzando con la partida de colonos “hacia el Oeste” y llegando hasta casi finales del siglo XIX.

En principio, parecía prometedora la fusión de esta pareja de productoras: un canal por cable con producción propia y una de las “new majors”, diría yo, responsable además de grandes producciones televisivas como Hermanos de sangre (Band of Brothers, 2001) o The Pacific (2010).

El resultado es interesante, pero plantea diversos problemas desde su concepción. Resumir dos siglos de Historia americana en seis capítulos (de hora y media cada uno, eso sí), es querer abarcar demasiado. Aún así, la serie resuelve bastante notable el aspecto narrativo, ya que parte de un protagonista (dos en realidad, como veremos más tarde) que emigra y, a medida que avanzan las décadas, va cambiando el foco a parientes perdidos por el país y descendientes, buscando al final, apelar a una nostalgia procedente (encarnada por Jacob Wheeler y Amado por el Búfalo) pero excesivamente dramatizada.

Hay que destacar que la serie plantea dos historias básicas y paralelas, un protagonista indio y otro colono, de los cuales emanará el resto de historias. Todos los problemas del planteamiento se solventan con cierto ingenio y dando pie a buenas escenas, pero parece que esta vez, como otras tantas, la presencia de Dreamworks ha imperado en el relato.

Cuando hablamos de Dreamworks pensamos, evidentemente, en Steven Spielberg. Pero no podemos responsabilizar al director y productor del resultado formal de todas las producciones de su empresa, pues estamos hablando de un alto porcentaje del cine americano actual y buena de la televisión. Sin embargo, parece que los directores y responsables artísticos que trabajan con Dreamworks (Into the West es un caso evidente) se empeñan en emular al Spielberg de los ochenta, a su magia y su inocencia, algo que, aplicado a trabajos contemporáneos como este, resulta, en ocasiones (y lamento utilizar este concepto), cursi, extremadamente cursi.

Y no es que Spielberg fuera cursi en los ochenta (o ahora para algunos), sino que estos realizadores pretenden homenajearle constantemente con su estilo dramático, pero mal entendido. La serie se ve envuelta por una banda sonora maravillosa, de esas que recuerdan a John Williams, de esas que hacen innecesario el trabajo de los actores (menos mal, por otro lado...), crea escenas de melodrama que no te invitan a llorar, te obligan (hay que recalcar que la serie sí que tiene escenas muy logradas) y “pinta” todo el relato con el edulcorante del Spielberg más empalagoso, o mejor, de los imitadores sin categoría.

Es interesante comparar esta mini-serie con el trabajo que hizo Walter Hill para televisión, Los protectores (Broken Trail, 2006), formado por dos episodios, en los que se cuenta la historia de dos vaqueros, tío y sobrino (Robert Duvall y Thomas Haden Church), que mientras viajan con un centenar de caballos para venderlos, cae en sus manos cinco prostitutas chinas que iban a ser vendidas a un burdel y, por cosas de la vida, terminan protegiéndolas de quienes quieren hacerles daño. Es otro trabajo que muestra otros aspectos del western, de las diversas miradas que se le pueden dar. Aquí se cuenta con un reparto muy poderoso y, realmente, se deja a Duvall encarnar a ese viejo entrañable y paternal. Poco más hay que hacer. La mini-serie es bonita, es gratificante, y no alcanza ese “mundo feliz” que termina ofreciendo Into the West, e insistamos en esto: “mundo feliz” no quiere decir que todo sea maravilloso en el relato, pues trata temas muy dramáticos, desde las guerras y las familias destrozadas al exterminio de los indios y su adoctrinamiento; realmente la serie tiene mucho desarrollo. Pero siempre queda todo perfectamente resuelto, con un estilo formal sensacionalista y para (casi) todos los públicos (bochornoso recurso el que se utiliza para representar una matanza de indios, destruyendo fotos que se hicieron en las aldeas antes que mostrar el plano en el que se verían indios muriendo).

Contrasta totalmente con la serie de David Milch, Deadwood (2004); en esta serie se trabaja desde el inicio una premisa diferente: si Into the West condensó en seis episodios toda la Historia de la conquista del oeste, ampliando espacio y tiempo, Deadwood propone un espacio único, un pueblo sin ley, para contar la creación de la civilización norteamericana mediante sus personajes e historias.

No es la única diferencia. Deadwood es, formalmente, producto HBO. Desde el guión de Milch, con su talento para crear una “dialéctica del poder” (cuyo mayor exponente es el personaje Al Swearengen, interpretado por Ian McShane) como pocos en la televisión, al establecimiento de un estilo formal sin adornos, cortesía de Walter Hill nuevamente, director del piloto de la serie, el resultado es una unidad narrativa más sutil y más contemporánea.

Con todo, Into the West forma parte del elenco de trabajos que se han estado haciendo en torno al western, y es muy interesante. Principalmente, es destacable cómo consigue reflexionar sobre la imposibilidad de reconciliación entre los indios y los colonos, pese a los intentos que se hicieron a través de organizaciones gubernamentales y proyectos determinados. La mini-serie trabaja muy bien en esa frontera, en la idea de destruir un pueblo que aunque quisiera, no se adaptaría a la evidencia del cambio, cómo el progreso arrasa con la tradición, todo esto sin ignorar jamás la auténtica tragedia de los indios americanos.

El alto presupuesto utilizado (alrededor de 50 millones de dólares), que evidencia el rendimiento que se está buscando a la ficción televisiva, vuelve a estar, sin embargo, mal aprovechado, con escenas muy logradas contrastando con otras bastante cutres. Ni la presencia del omnipresente (por suerte) Timothy Van Patten mejora en este caso esas carencias de realización.


Un resultado extraño el de Dreamworks y TNT, que no llega a convencer pero que realmente tiene mucha temática que analizar. Es innegable que resulta interesante y lograda en ocasiones, pero demasiado irregular; con un discurso muy serio a veces, pero en otras propone una didáctica para niños totalmente innecesaria; no es fallida, pero se queda corta.


Leave a Reply

Subscribe to Posts | Subscribe to Comments

- Copyright © El Día del Espectador - Date A Live - Powered by Blogger - Designed by Johanes Djogan -